¿Puede la naturaleza ser un motor económico para el futuro de Chile?
- antoniadelamaza
- 1 sept
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Por Francisco Carrillo, economista y socio de CoMov.
El cuidado de la naturaleza es una responsabilidad ineludible que todos debemos asumir, desde los ciudadanos hasta las empresas. No se trata solo de una obligación ética, sino también de una oportunidad estratégica. Las empresas y los capitales tienen un rol fundamental en este desafío: si no pensamos en una lógica coherente para integrar la naturaleza y los negocios, estaremos condenados a crear una falsa dicotomía entre desarrollo y conservación.

La COP16 dejó en claro la magnitud del desafío: la brecha de financiamiento para proteger la biodiversidad y los ecosistemas asciende a unos 700 mil millones de dólares anuales. Movilizar esos recursos parece una meta lejana, pero es absolutamente necesaria si queremos enfrentar los impactos del cambio climático y preservar la riqueza natural del planeta. La naturaleza debe reflejar los flujos financieros que representa, ya sea porque ayuda a mitigar riesgos del cambio climático o genera servicios a las propias empresas y personas.
En este contexto, Chile debe asumir un liderazgo ejemplar. Nuestro país, bendecido con una biodiversidad única y abundantes recursos naturales, tiene la responsabilidad de demostrar que es posible explotarlos de manera sostenible y, al mismo tiempo, cuidar la naturaleza. Desde los desiertos del norte hasta los bosques del sur, nuestras riquezas no solo nos pertenecen a nosotros, sino también al mundo, y debemos protegerlas con visión y responsabilidad.
La relevancia de esta reflexión es aún mayor en el contexto de la discusión sobre las bases para implementar la Ley 21.600, publicada en septiembre de 2023 por el Ministerio del Medio Ambiente (MMA). Esta legislación propone, entre otras cosas, la creación del Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas (SBAP) y el nuevo Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP). Estas herramientas no solo reafirman el compromiso con la conservación, sino que también representan una oportunidad para integrar la naturaleza en el modelo económico del país.
Para lograrlo, se debe hacer visible el aporte financiero de la naturaleza, el cual es real y cuantificable. Las soluciones basadas en la naturaleza ayudan a prevenir desastres naturales, proveen servicios a las empresas y a las comunidades aledañas, promueven actividades económicas como el turismo, capturan carbono y tienen muchas otras aplicaciones tangibles desde una perspectiva financiera.
En Chile ya existen ejemplos de empresas que demuestran que esta visión es posible. COPEC, CMPC, Aguas Andinas y SQM Litio han adoptado estrategias que integran soluciones basadas en la naturaleza, combinando ciencia, comunidades y alianzas estratégicas. Este enfoque no sólo mitiga riesgos, sino que también genera valor compartido, beneficiando tanto al entorno natural como a los sectores productivos.
Corredores ecológicos en viñedos, que fomentan la polinización y reducen el uso de pesticidas, y la agricultura regenerativa, que mejora la fertilidad del suelo y lo hace más resistente a sequías, son ejemplos de que trabajar con la naturaleza genera beneficios económicos y ambientales. Estas prácticas no solo reducen costos y aumentan la estabilidad productiva, sino que abren la puerta a mercados premium que valoran la sostenibilidad. Apostar por soluciones basadas en la naturaleza es una inversión estratégica que asegura la competitividad del sector agrícola y el bienestar a largo plazo.
La clave para avanzar está en convertir el cuidado de la naturaleza en un negocio atractivo, rentable y competitivo. Esto no significa poner precio a la naturaleza, sino reconocer su valor y gestionarlo con visión de futuro. Impulsar la conservación como una actividad económica nos permitiría, además, aprovechar su capacidad para mitigar impactos locales y globales, generando beneficios tanto sociales como económicos.
Chile tiene todo lo necesario para ser un referente global en este ámbito. Si logramos integrar nuestras riquezas naturales, la ciencia, las comunidades y los capitales en un modelo sostenible, no solo contribuiremos a solucionar problemas globales, sino que también garantizaremos un desarrollo equilibrado y resiliente para las próximas generaciones. La Ley 21.600 y las nuevas herramientas que propone son el comienzo, pero la visión de cómo integrar naturaleza y negocios debe ser ambiciosa y coherente. Es hora de asumir el desafío y convertirlo en una oportunidad de liderazgo global.
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